jueves, 24 de agosto de 2017

El papa Francisco y la pena de muerte



Se han escrito ríos de tinta a favor y en contra de la pena de muerte, como por ejemplo, cuando se ha hablado de la necesidad de castigar a autores de delitos graves o atroces.

Desde el 22 de octubre de 2014, en un encuentro con miembros de la Delegación de la Asociación Internacional de Derecho Penal en Ciudad del Vaticano, Francisco alentó a la comunidad internacional abolir la pena capital, "legal o ilegal y en todas sus formas", y suspender la aplicación de la cadena perpetua, por ser "una sentencia a muerte escondida", agregando que: "Es imposible pensar que los Estados no dispongan de otro medio que no sea la pena de muerte para defender del agresor injusto la vida de las demás personas".
El papa Francisco, en 2015, ante el Congreso de los Estados Unidos, pidió la abolición mundial de la pena de muerte con su convicción por la responsabilidad de la defensa de la vida y la abolición global de ese castigo, expresando que: "Un castigo justo y necesario no debe nunca excluir la dimensión de la esperanza y el objetivo de la rehabilitación" y, sin quedarse atrás de ese primer señalamiento, Francisco expresó: La "certeza" de que "tenemos que custodiar y defender la vida humana en todas las etapas de su desarrollo" (...) "me ha llevado, desde el principio de mi ministerio, a trabajar en diferentes niveles para solicitar la abolición mundial de la pena de muerte".

Ya el 20 de febrero de 2016, en el marco del ángelus dominical dedicado al año de la misericordia, Francisco hizo un llamamiento a la conciencia de los gobernantes “para que alcancen un acuerdo internacional para abolir la pena de muerte”, proponiendo a los católicos, que ojalá ninguna condena de muerte fuese ejecutada durante la cobertura de ese año jubilar, porque “también los criminales gozan del inviolable derecho a la vida”.

En su mensaje a los participantes en el VI Congreso Mundial contra la Pena de Muerte que inició el 21 de junio de 2016 en Oslo, Noruega, también señaló que "Un signo de esperanza es el desarrollo en la opinión pública de una creciente oposición a la pena de muerte, incluso como una herramienta de legítima defensa social. De hecho, hoy día la pena de muerte es inadmisible, por cuanto grave haya sido el delito del condenado", por cuanto "Es una ofensa a la inviolabilidad de la vida y a la dignidad de la persona humana que contradice el designio de Dios sobre el hombre y la sociedad y su justicia misericordiosa, e impide cumplir con cualquier finalidad justa de las penas", criticó así el Vicario de Cristo.

El 10 de octubre del año 2016, el papa Francisco, con motivo del Día Mundial contra la Pena de Muerte, publicó en su perfil de Twitter @Pontifex, un mensaje en el que decía: “¡No hay pena válida sin esperanza!”, acompañado por la etiqueta #NoDeathPenalty, “no a la pena de muerte”.

El Magisterio de la Iglesia expresa que la vida humana es un don sagrado de Dios y que el hombre, por más grave que sea el dolo cometido por el delincuente, no puede arrogarse el derecho de quitarla sin ofender gravemente al Creador.

Por esa razón, ha creído que el pretendido valor ejemplar de la pena de muerte para disuadir al delincuente no es tal y que el valor correctivo y retributivo de la pena de muerte hace imposible cualquier otra pena porque ya resulta imposible aplicarla.

En el Antiguo Testamento, en el libro de Ezequiel (33,11), se dice "yo no me complazco en la muerte del malvado, sino en que el malvado cambie de conducta y viva".

San Juan Pablo II en la Evangelium vitae (56) se expreso acerca de la exclusión de la pena de muerte como castigo y en la Constitución Apostólica Fidei Depositum, por medio de la cual se adoptó el Catecismo de la Iglesia, el # 2267 dice que la "Enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de  la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso de la pena de muerte, si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas. Pero si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de las personas, la autoridad se limitara a estos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana. Hoy en efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquel que lo ha cometido sin quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en los que sean absolutamente necesario suprimir al reo "suceden muy rara vez, si es que en realidad se dan algunos".

Surge que si bien la Iglesia no se había pronunciado categóricamente sobre el tema, en caso de darse se le exigía al Estado que fuera moralmente licita y buscando que no fuera aplicada donde existiera, en favor de la misericordia y el perdón.

Los Pontífices han abogado porque se apliquen otras penas no privativas del derecho a la vida por varias razones:

A. La posibilidad de un error judicial, pues cumplida la pena el error seria irreparable.
B. Que es el arma predilecta de las dictaduras.
C. Que constituye la negación del amor a los enemigos.

La obligación de los cristianos es la abolición de la pena de muerte y luchar por el mejoramiento de las condiciones carcelarias para el respeto de la dignidad humana del recluso. La pena capital es un derecho del Estado que la Iglesia no comparte.


En casi todos sus viajes, Francisco visita una cárcel, pues para él, "Las condiciones deplorables en las que se encuentran los detenidos en diversas partes del planeta constituyen un trato inhumano y degradante, muchas veces fruto de la deficiencia del sistema penal, otras de la carencia de infraestructuras y de planificación".

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