miércoles, 10 de diciembre de 2014

Por la calidad de la educación - Foro Colegio de Boyacá, Diciembre 6 de 2014.

Por disposición del artículo 67 de la Constitución Política, la educación es un derecho de la persona y un servicio público que tiene una función social; con ella se busca el acceso al conocimiento, a la ciencia, a la técnica, y a los demás bienes y valores de la cultura.

Ese mismo artículo 67 de la Constitución, señala que le corresponde al Estado regular y ejercer la suprema inspección y vigilancia de la educación con el fin de velar por su calidad, por el cumplimiento de sus fines y por la mejor formación moral, intelectual y física de los educandos; garantizar el adecuado cubrimiento del servicio y asegurar a los menores las condiciones necesarias para su acceso y permanencia en el sistema educativo.

Uno de los objetivos de la educación, tanto de la de carácter superior, como de la educación en distintos niveles, es el de prestar a la comunidad un servicio con calidad, el cual hace referencia a los resultados académicos, a los medios y procesos empleados, a la infraestructura institucional, a las dimensiones cualitativas y cuantitativas del mismo y a las condiciones en que se desarrolla cada institución.

Hoy, el Primer Foro por la Calidad de la Educación se desarrolla en el glorioso Colegio de Boyacá, establecimiento público patrimonio del país y de la ciudad de Tunja, fundado mediante Decreto-Ley 055 del 17 de mayo de 1822 por el general Francisco de Paula Santander, encomendándose la regencia rectoral al fraile franciscano José Antonio Chávez y a los profesores Juan Gualberto Gutiérrez y Juan Sáenz de Sampelayo.

La esencia de la educación del siglo XIX estaba en la formación del hombre colombiano para una nueva nación, que conforme a los postulados de la Constitución de Tunja de 1811 debería ser incluyente, lo cual fue luego parte del ideal santanderista, que llevo al ejecutivo, entre 1822 y 1827 a crear otros colegios republicanos como el Colegio de Antioquia, el San Simón de Ibagué, el Santa Librada de Cali, el Colegio de Pamplona, el Colegio del Itsmo en Panamá, las Casas de Educación de Valencia, Trujillo y Tocuyo; el San José de Guanentá en San Gil; el Colegio de santa Marta; el Colegio de Cumaná; el Colegio de Cartagena; las Casas de Estudio de Ocaña, Vélez y Guanaré y los colegios del Socorro y de Pasto

La misión del Colegio de Boyacá tiene como misión la prestación del servicio educativo en la ciudad de Tunja en los niveles de preescolar, primaria, básica secundaria y media, bajo los principios de eficiencia, cobertura y calidad, a través del desarrollo de las potencialidades morales, éticas, intelectuales, espirituales, físicas y estéticas de los educandos, garantizando la práctica de los derechos humanos, en el marco orientador de la filosofía del general Santander.

Ocho presidentes de la república fueron rectores o alumnos del claustro; 28 ministros de Estado, gobernadores, alcaldes, congresistas, científicos, jueces, militares, médicos, ingenieros, pero sobre todo, buenas personas, son parte del patrimonio del Colegio de Boyacá; un legado que nos dejaron muchos profesores como Numa Pompilio Mesa, Monseñor Nepomuceno León Leal, Alonso Gómez Serrano, Guillermo Buitrago, María Cecilia Latorre, Olegario Manrique, Eunice Sánchez, José Miguel Arcos, Rafael Vargas, Rafael Pérez, Héctor Ortegón, Inés de Corredor, Ligia de Rojas, Jacinto Monroy, María Elisa Florez; Consuelo de Chinchilla; Carlos Rodríguez, Luis Eduardo Martínez, José Pérez; Guillermo Flórez, Myriam Bastidas; Myriam de Castro; Lucila Tocarruncho; Rito Antonio Silva; Henry Palacios, y tantos otros, como Rafael Londoño Barajas, Norberto Ramos Ballesteros e Hildebrando Suescún Dávila.

Nos reunimos por esa razón, en esta aula máxima de nuestra casa, bajo la mirada atónita, quizá, de tantos bardos colombianos que ocuparon la rectoría del colegio, en estos vetustos e históricos pabellones por donde durante 192 años ha desfilado una porción importante de la juventud colombiana, llena de ilusiones, que cuando son metódicas y racionales, tienen de excelente que siempre acaban por crear realidades a su imagen y semejanza. En todo estudiante, una ilusión, muchas ilusiones, que han acabado por crear espléndidas realidades ejemplarmente fieles a la herencia recibida en estas aulas.


Pero ¿qué les espera a los nuevos estudiantes y bachilleres de este país? En buena hora el Gobierno ha creado para las clases con menos poder adquisitivo, las diez mil becas dentro de las 33 universidades que cuentan con acreditación institucional de alta calidad. Ese es un esfuerzo más a la gran tarea colectiva de educar, de llenar uno de esos vacíos que en el conjunto de los programas educativos de un país comienzan a ponerse de presente cuando nuevas formas de vida reclaman para su manejo eficaz nuevos conocimientos y nuevos hábitos de análisis y examen de los hechos.

Pero la calidad se logra no sólo con el compromiso de un Estado paternalista, sino con la orientación que desde la familia y desde las aulas se brinde al educando. Orientados en ese camino, hemos recorrido los primeros pasos con halagador éxito, fieles a las ideas sobre la necesidad de poner a los estudiantes en contacto directo con los hechos, para que aprendan a apreciarlos en toda su complejidad y a emplear en su interpretación herramientas que le permitan avanzar en competencias para su vida. Fruto de una honda fe, los bachilleres del Colegio de Boyacá tenemos la creencia firme en la obligación de contribuir al desarrollo de nuestra región, de nuestro país, sin que nos sea dable descargar íntegramente sobre el Estado la responsabilidad y deberes que la conciencia de los ideales colectivos y normas elementales de solidaridad social imponen en común.

El ideal colectivo de una Colombia más educada debe estar más sólidamente anclado en todos los espíritus, despertando más vivos entusiasmos, más voluntaria cooperación, sirviendo en esta época tan duramente trabajada por valores de dispersión, como aglutinante del esfuerzo nacional, como campo en donde todos podemos encontrarnos, unidos por los vínculos de un mismo empeño. Si lográramos, en cuanto a educación se refiere, mantener siempre los ojos del país metas que se renueven tan pronto sean alcanzadas, e infundir, e infundir en los colombianos la noble ambición de coronarlas haciendo de ese interés nacional un interés de cada ciudadano, fuente de estímulo individual y de orgullo común, cambiaríamos el panorama espiritual de la patria, haciéndolo más noble y grato, y veríamos acrecerse con singular rapidez el fruto de los esfuerzos que hoy suelen debilitarse muchas veces, al chocar con una especie de glacial indiferencia que constituye la más grave y profunda de las dolencias nacionales.


Hay que poner la calidad de la labor educativa al servicio de la prosperidad nacional. Cualquiera que haya tenido ocasión de intervenir en el planeamiento de grandes obras de fomento o en campañas para el desarrollo de la producción, sabe que la falta de preparación del elemento humano constituye en Colombia el más serio de los obstáculos. No podemos pensar seriamente en alcanzar etapas más avanzadas de la economía si no atendemos, con mayor vigor que hasta el presente, a la formación de colombianos y colombianas capaces de ganar, con calidad en su educación, la batalla del progreso.


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