miércoles, 6 de abril de 2011

De frente y sin miedo

Al igual que Peter Seewald con Benedicto XVI y Vittorio Messori con Juan Pablo II, el periodista César Mauricio Velásquez, de quien habíamos leído en 1997 “Andrés Escobar, en defensa de la vida”, se lanza con su segundo libro “De frente y sin miedo”; un conjunto de diálogos realizados entre 2002 y 2005 con el Cardenal Darío Castrillón Hoyos, hasta hace una semana, Prefecto de la Sagrada Congregación del Clero.

Velásquez, dedica el libro a quienes defienden la verdad, a los que buscan servir a los demás sin esperar nada a cambio y a los que descubren que la vida es breve y en consecuencia procuran vivirla bien.

Hoy, cuando los escaparates de las librerías están llenos de más de veinte textos de quienes han sufrido durante años la privación de su libertad o la de sus seres queridos, o con textos vacíos de contenido que se parecen al “nothing book” que se vende en los estados unidos para llenar con citas médicas o listas de mercado, el libro de Velásquez, en cinco capítulos sobre el mal, la risa, el dolor, la lógica y la fortaleza de la Iglesia, nos permite a la vez que conocemos a ese alto jerarca eclesiástico que es Castrillón, “adentrarnos en el sentido de este mundo, de nuestra existencia, en la búsqueda de la verdad, en los mandamientos, los problemas de la Iglesia, el Cielo, el mal, la pobreza, la fe, el terrorismo, la violencia, la amistad y la alegría”. Dos temas son centrales en el texto: el miedo a la muerte y el miedo al compromiso en una sociedad tan orientada a la falta de exigencia moral.

El libro no sólo habla de religión, sino también de la alta diplomacia vaticana, que buscó mediar para evitar la guerra de Irak y la intervención armada de los Estados Unidos en Centro América, todas orientadas a evitar derramamiento de sangre y defender al ser humano en su integridad, haciendo algunas reflexiones sobre el terrorismo fundamentalista, sobre el cual no se puede ser indulgente, por ser la violencia contraria a la fe en Dios y por esto es necesario encontrar siempre caminos de entendimiento y reconciliación, basados en la verdad, la justicia y el perdón, como remedio para curar las heridas acumuladas por la fuerza y el terrorismo, aplicándose no sólo en las relaciones interpersonales y sociales, sino también en las relaciones entre grupos y Estados, alentando Castrillón a la purificación de la memoria, a fin de que los males del pasado no se sigan repitiendo.

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